Venían de vivir en San Juan, un lugar que se sentía muy alejado de Buenos Aires, su lugar de origen; una oportunidad los llevó a Uruguay, donde hallaron un entorno natural increíble, seguridad, multiculturalidad y cercanía.
Ángeles jamás olvidará aquel día, allá por el 2011, cuando junto a su marido decidieron dejar la vida porteña para vivir en San Juan. Ambos se habían criado en Buenos Aires, en su caos y humedad, entre luces y sombras que poco se asemejaban a la provincia que les daba la bienvenida. El viento seco les acarició la cara, aunque pronto tuvieron que aprender a aceptar su intensidad acompañada por el desierto y el calor.
Los siguientes cuatro años significaron un camino de aprendizajes, donde les dieron la bienvenida a sus primeros dos hijos y se enfrentaron al desafío de la distancia en una Argentina extensa. Para Ángeles, vivir a 1100 kilómetros de Buenos Aires a veces se sentía tan lejano, que por momentos creía que un océano la separaba de sus seres queridos: “Mi marido es agrónomo y se desempeña en el mundo del aceite de oliva”, cuenta. “Eso fue lo que nos llevó a San Juan. Allí solo iban nuestros padres, las visitas de amigos eran más difíciles. Resultaban muy duras las despedidas”.
Cierto día, cuando el cuarto año en suelo sanjuanino estaba llegando a su fin, un cambio laboral presentó la posibilidad de dejar la provincia atrás para ir hacia un nuevo destino. No se trataba de un regreso a Buenos Aires, sino de un cruce de frontera, un suceso que alegró el corazón de Ángeles, a pesar de que significaba dejar la Argentina.
A su marido le habían ofrecido un trabajo en una importante empresa relacionada al mundo del vino y los olivares en Uruguay, más precisamente en Punta del Este. Tanto los amigos como la familia celebraron la noticia. Sabían que las cuestiones en el campo argentino estaban cada día más difíciles y consideraban que, dejar aquellas tierras por las uruguayas, se asemejaba a ir al paraíso. Un paraíso que se sentía y estaba más cerca, a pesar de tratarse de otra nación.
Naturaleza, costumbres similares y tranquilidad: “El nivel de inseguridad es bajísimo, nos sentimos seguros en todos los sentidos”
Llegaron poseídos por la adrenalina. Para Ángeles, amante de la playa y el mar, dejar el clima seco y muchas veces extremo atrás fue un alivio: “Vivir en un lugar donde todos quieren vacacionar es una sensación increíble. De hecho, aún hoy no nos cansamos de ir a la playa”, asegura, al recordar aquellos primeros tiempos en el año 2015.
De la mano de un trabajo próspero, la familia, poco a poco, halló su lugar en una tierra uruguaya que se presentó amigable, tranquila y dispuesta a ser vivida en contacto constante con la naturaleza. Entre sus diversos paisajes, descubrieron un sinfín de rincones atractivos en las extensas playas Mansa y Brava, en la rica fauna y flora de lugares como el Arboretum Lussich en Punta Ballena, la Isla de Lobos, Parque el Jagüel, Isla Gorritti, la zona de Las Grutas, el Parque Indígena o la Laguna del Sauce, rodeada de cerros con vistas imponentes.
“Los chicos se manejan en bicicleta, hacen deportes acuáticos como surf y vela. El nivel de inseguridad es bajísimo, nos sentimos seguros en todos los sentidos, y estamos en constante contacto con mucho verde. Ni hablar de que no hay tránsito”, describe Ángeles.
“Por otro lado, culturalmente somos muy parecidos a los uruguayos, mate, asados… aunque existe esa competencia sobre el origen de cada cosa y costumbre”, continúa entre risas. “Y bueno, no podemos acostumbrarnos a que coman el asado como picada, a nosotros nos gusta sentarnos con plato, cubiertos y ensaladas”.
Un ambiente multicultural y un nivel de vida que se paga: “A Punta del Este hay que venir con trabajo o rentas, no a buscar oportunidades, porque no es nada fácil”
Para Ángeles, los primeros tiempos transcurrieron intensos, como madre de dos niños pequeños y un tercer hijo en camino, quien finalmente nació en tierra uruguaya a los dos años de su llegada a Punta del Este.
Para su marido, la experiencia laboral fue exitosa desde el comienzo dentro de un sistema que les permitió sacar un crédito y comprarse su primera casa, algo que en Argentina creían prácticamente imposible.
Y cuando llegó el momento de elegir colegio, optaron por el Instituto Uruguayo Argentino (IUA), un espacio que los acercó a la comunidad y brindó, tanto a los hijos como a sus padres, un acercamiento hacia diversas culturas.
Fue así que, entre los deportes ensamblados con la naturaleza y la vida independiente a la par del ritmo de la bicicleta, la adaptación resultó muy buena: “De la mano del colegio y, en general en Punta del Este, nos hemos encontrado con gente de muchos países”, dice Ángeles. “Tenemos muchos amigos uruguayos a quienes queremos mucho, y también argentinos, peruanos, brasileños, inclusive hay muchos europeos viviendo acá. Me gusta el intercambio cultural que tienen los chicos”.
“Sin embargo, no todo es positivo. Los precios...”, agrega pensativa. “Es un lugar caro, no solo para el argentino que viene de vacaciones, sino también para el que vive acá. El agua, la luz, los colegios, todo es caro. Por eso siempre digo que acá hay que venir con trabajo o rentas, no a buscar oportunidades, porque no es nada fácil”.
Tan lejos, tan cerca: “No es tan duro como antes”
Ochos años pasaron desde que Ángeles dejó Argentina junto a su familia para vivir en Punta del Este. Allá a lo lejos quedaron los años sanjuaninos, enriquecedores, aunque no siempre sencillos, y más lejos aún los tiempos porteños, donde el ajetreo de la ciudad era vivido con naturalidad.
Para Ángeles, volver a Buenos Aires siempre es una fiesta. Una fiesta mucho más cercana de lo que significaban los regresos en aquellos días donde aún vivía en su tierra, pero las distancias parecían demasiado lejanas.
“Cuando vivíamos en San Juan y regresábamos a capital nos costaba mucho despedirnos de la familia y los amigos, pero ahora ya estamos acostumbrados y la verdad es que vemos a nuestros seres queridos seguido. De hecho, a diferencia de antes, vienen mucho a visitarnos acá, ¡y eso es obvio!”
“Aun así, vivir lejos del lugar donde crecimos no es fácil, tuve a mi hijo internado el año pasado y fue realmente muy duro estar lejos de casa, solos, pero la familia no tardó ni dos días en llegar para asistir. Es en esos momentos donde descubrimos el valor de las amistades que generamos en Punta del Este. No es una frase hecha: los amigos, cuando estamos lejos de casa, se convierten en familia, y así lo demostraron cuando más los necesitábamos. Viviendo lejos uno valora más los pequeños gestos de aquellos que nos dan una mano cuando se necesita”.
“No es tan duro como antes, estamos cerca. Por otro lado, la nacionalidad se lleva en el corazón, amo Uruguay, pero amo más a mi país. Fue increíble ver el mundial con amigos, ganar, salir a festejar y encontrarnos con tantos argentinos. Uno se siente como en casa acá”, continúa. “Cerca o lejos, cuando uno se va aprende que podemos vivir mil años fuera de casa, pero que no hay mejor sensación que la de volver a las raíces”.
“Pero qué puedo decir de mi lugar acá, en Punta del Este. Punta es mi lugar en el mundo”, concluye.
Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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• Fuente: Diario La Nación
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